El del calamar no es un juego
El juego del calamar es una serie de Netflix que explora una premisa bastante sencilla: a un grupo de personas asfixiadas por las deudas y sin nada que perder, se les recluta con la «oportunidad» de arriesgar sus vidas a cambio de una cantidad de dinero obscena. Un reclutador elige a los jugadores, a los que va humillando de manera ritual, asegurándose de que están lo suficientemente desesperados como para plantearse entrar en el juego.
Nadie ha inventado la rueda con el argumento. No es nada nuevo el hecho de reunir a un grupo de desconocidos en una serie de desafíos a vida o muerte; y es una gran excusa para que El juego del calamar acabe contando con un grupo heterogéneo de despiadados estrategas, héroes inesperados, introvertidos que no son lo que parecen y matones desquiciados, todos ellos encarnados a la perfección por sus respectivos actores.
Al final, ese reparto no es muy diferente al que podemos encontrar dentro de la mayoría de las compañías. Su destino nunca es tan dramático, pero el reto de gestionarlos desde recursos humanos tiene muchas similitudes con nuestra realidad cotidiana. Hoy queremos hablar de eso. De lo que una serie de personajes al límite obligados a colaborar o a matarse pueden enseñarnos sobre recursos humanos:
1. La importancia del equipo
Es importante evaluar concienzudamente a las personas que componen tu equipo. Entiende sus fortalezas y sus puntos débiles. Potencia los primeros y busca cómo complementar los segundos. Elige bien a las personas que te rodean y entiende que es importante atajar las conductas tóxicas y separar de los equipos a los miembros que impiden que funcionen a la perfección. No hay espacio para los oportunistas. Aprovechan los momentos más críticos para sacar tajada.
2. El valor (relativo) de las emociones
Las emociones en el entorno laboral son, al mismo tiempo, bendición y condena. Son la gasolina del engagement y una fuente innecesaria de conflictos. Nublan el juicio en la toma de decisiones y son fuente de sesgos a la hora de valorar la contribución real de cada miembro del equipo. Mantener cierta distancia, sobre todo desde posiciones de liderazgo, es necesario para que todas las circunstancias que rodean el día a día de una compañía no nos acaben superando y para no perder la perspectiva de los objetivos.
3. La tecnología más importante es nuestro cerebro
Es la herramienta definitiva. Todo lo demás es software; y el cerebro humano es el hardware sobre el que se apoya cada decisión y cada herramienta. En concreto, tenemos que entendernos con el sistema límbico, el más atávico, el que gobierna nuestros impulsos físicos y emocionales primitivos, nuestras motivaciones, recuerdos e influye en la toma de decisiones menos meditadas.
4. Los riesgos, siempre controlados
Las empresas no deberían ser siempre las primeras en explorar territorios ignotos de alto riesgo y sin necesidades de mercado probadas. Incluso llegando desde atrás, se pueden encontrar con menos retos y menos competidores también (juego de las plataformas de cristal). Cuando la continuidad de una compañía está en juego, debería primar siempre el principio de precaución.
5. La diversidad suele imponerse a la uniformidad
La versatilidad de un equipo es uno de los principales ingredientes de su éxito; sobre todo cuando contamos con las personas que son más capaces de manejar situaciones impredecibles. En la mayoría de los casos, un equipo sólido no es aquel cuyos miembros comparten rasgos similares, sino un equipo diversificado con una mezcla de todas las habilidades, conocimientos y experiencias (juego de la cuerda).
6. La competencia no perdona
El mercado no es un juego de caballeros. Tus competidores son impredecibles, duros y, en muchos casos, tienen planteamientos igual de válidos que los tuyos. Es importante tener claro que los valores y la cultura son mucho más importantes que la situación financiera a la hora de decidir cómo afrontamos nuestra situación competitiva.
Por encima de todo eso, hay un principio fundamental, aplicable a cómo las compañías operan en su mercado. La comunicación más eficaz siempre ha combinado y combinará la creatividad y la imaginación humanas con el poder de la tecnología. Pero nuestra obsesión por esta última puede ahogar la importancia de la primera. Y en los momentos en los que no tenemos nada, en los que no podemos contar con tecnología, son aquellos en los que la comunicación y creatividad ganan más relevancia.
Desde aquí siempre hemos defendido que la tecnología es sólo un facilitador, una correa de transmisión que nos permite hacer llegar mensajes a la gente. El hecho de que luego sea más o menos evidente, se le preste atención, se procese convenientemente, se recuerde y afecte al comportamiento depende sobre todo del poder del contenido para provocar la respuesta adecuada en nuestros cerebros.
Casi todo en este mundo es comunicación. Hasta en situaciones de vida o muerte gana el que tiene un relato más sólido o una visión mejor definida. El juego del calamar, en su hipérbole anticapitalista, nos distancia del drama de todos aquellos que se quedan por el camino, nos insensibiliza a un fracaso mucho más habitual que el éxito y nos habla del valor del equipo y de la diversidad en situaciones límite. Lo demás son fuegos artificiales, jerarquías obtusas (en cada rango crece el número de ángulos) y trucos para mantenernos pegados a la pantalla. Que es de lo que se trata en último caso. Engagement puro en tramos de 50 minutos.